lunes, 30 de marzo de 2009

Pido disculpas, más reflexión ajena como propia

Pido disculpas a la legión de seguidores de este blog, por haber tenido una ausencia prolongada, por causas que esperamos se trasformen en buenas noticias. De resultar así, lo confirmaremos en la medida de lo posible por aquí. De no resultar así, no confirmaremos nada…

Andamos estos días un poco revueltos, pero sobre todo sin tiempo. Precisamente debido a esta falta de tiempo, y a que yo no lo hubiera dicho mejor, copio aquí, este didáctico artículo de Félix Sabroso sobre el proceso de escribir (extraído de la nueva página de ALMA).

“Pienso muchas veces en el acto de escribir. En el poder benefactor que tiene sobre mi el hecho de elaborar guiones. Reinterpretar mi experiencia a través de la palabra me permite ordenar mi cabeza, apagar el ruido mental que la suma de lo que vivo, lo que siento y lo que veo me producen. Estamos predeterminados, vamos dando tumbos: mientras procuramos ir dibujando nuestra vida, salen otras líneas, se dibujan otros trazos que vienen directamente de nuestro inconsciente...La escritura me ayuda a sacar y dar forma a lo que quiero que sea mi vida. Sin embargo el ruido del que hablo, no siempre me deja tranquilo para realizar esta labor, los días que escribo son para mis días felices, días tranquilos, pero no siempre lo consigo. Es una lucha constante. Dentro de nosotros siempre hay varios, y no siempre se ponen de acuerdo: nuestros objetivos y nuestros impulsos no siempre nadan en las mismas aguas. Sin interpretación no me interesa la realidad por eso lucho por conseguir escribir diariamente. Tengo auténtica pasión por la ficción, por inventar vidas y personajes. Muchas veces tengo la impresión de que lo que más me interesa de la realidad es aquello que es trasladable a la ficción, la mirada con la que puedes interpretar esa realidad y transformarla en historia. En efecto, me cautiva más la realidad tocada, transformada por la escritura en forma de ficción que la realidad en si misma.
Muchas veces cuando paseo con Dunia, miramos las ventanas de las casas con las luces encendidas. Podemos ver lámparas, algún mueble cercano al balcón, techos, estanterías con libros... Cada vez que vemos una casa encendida tras una ventana que no es la nuestra y en otra calle que no es la nuestra, se nos van los ojos porque imaginamos lo que allí dentro se cuece: la historia de otras personas.... Sí, se nos van los ojos detrás de las vidas de otros porque jugamos a imaginar el significado que tienen sus actos y experiencias, lo que simbolizan en forma de historia. Darle sentido temático a una estampa. Es un ejercicio que además utilizo alguna vez que he tenido la enriquecedora oportunidad de impartir talleres de guión: Uso láminas que reproducen fotos o pinturas de personas en situaciones cotidianas para estimular el imaginario, para construir situaciones, vidas y personajes a partir de dichas imágenes. Creo que eso ayuda a afinar la mirada, pienso que es fundamental ser capaz de interpretar el aspecto simbólico de cualquier situación cotidiana, lo que esta oculta para ofrecer una escritura consciente, con un valor que no se quede sólo en lo anecdótico, que trascienda a la mirada ingenua.
La tele nos está malcriando a unos excesos de evidencia que merma nuestra capacidad para indagar en las historias en busca de lo que estas internamente simbolizan, en busca de nuestra personal interpretación de la misma. Creo que nuestras miradas se van volviendo más vagas a la hora de ver ficción e indagar en ella. Es la era reality, la verdad cuanto más cruda sea y menos susceptible de ser interpretada, mejor.
El proceso de escritura, es doloroso. Al principio no sabía porque costaba tanto sentarse a escribir, crearse una disciplina. No me conformaba con pensar que era simplemente pereza. Escribiendo he descubierto que pones en juego todos tus recursos, sacas a fuera tus límites, tus fragilidades y en definitiva remueves las insondables aguas de tu propio inconsciente. Todo eso genera muchísima resistencia pero sin embargo es una labor a la que no puedes evitar acabar volviendo. No sé si tiendo a escribir o si tiendo a no hacerlo, pero por ahora siempre vuelvo a la hoja en blanco. Veremos como va la cosa. Veremos cuanta escritura acabo sumando.”

viernes, 13 de marzo de 2009

A veces he tenido la extraña impresión...

A veces he tenido la extraña impresión, que si buscas con ahínco por Internet algunas películas no editadas en DVD en España, estas búsquedas las registran con alguna herramienta de captación, las distribuidoras cinematográficas. Supongo que depende de estos resultados editan ciertas películas, o no. La primera vez que me decidí a buscar una como un gilipollas, me pareció casual el que en un par de meses se editase. La segunda vez que me pasó, ya menos. Pero como a priori parece realmente absurdo y una paranoia mía, hice la prueba con un amigo como testigo con “Los juncos salvajes”. Y efectivamente no mucho después salió editado. ¿Casualidad?... No lo creo (Ya no. ¡Tengo testigos!).

De ser de esta manera que con más de un indicio sospecho, quiero utilizar este pequeño escaparate para dar una lista de películas de las que guardo un gran recuerdo, para ver si puede llegar este demanda a algún puerto, y poder “pillarlas” en DVD (ya veremos...):

“Mumford” de Lawrence Kasdan

“Totó, el héroe” de Jaco Van Dormael

“La voz de la luna” de Federico Fellini

“Moebius” de Gustavo Mosquera

“Quieto, muere, resucita” de Vitali Kanevsky

jueves, 12 de marzo de 2009

La muerte de un guionista, o como descubrir que una cosa conduce a otra.

Esta semana murió en Roma, a los 100 años de edad, el guionista italiano Tullio Pinelli. Su extensa carrera está ligada inevitablemente a la de Federico Fellini. Ha participado en los guiones de películas tan importantes como “La dolce vita”, “Las noches de Cabiria”, “Julieta de los espíritus”, “Ginger y Fred” y sobretodo una de las más grandes películas de la historia como es “Ocho y medio”, donde coincidió con su amigo Ennio Flaiano, el guionista de confianza de Fellini.

Esto me conduce a repasar la filmografía de Flaiano, y ¡oh, sorpresa!” (nunca te acostarás sin saber una cosa más), descubro que además de ser el creador de “Ocho y medio” (cosa que conocía), participó en el guión de “El verdugo”, junto con Rafael Azcona y Luís García Berlanga (cosa que desconocía, ignorante de mí). Parece que la participación de Flaiano en “El verdugo” es más propia de una imposición por coproducción de países, que otra cosa, pero participación al fin.

Siempre tuve la teoría, independientemente de estilos distintos, que Fellini era a Italia, lo que Berlanga es a España. Que a su vez Flaiano era a Fellini, lo que Azcona, era a Berlanga. Siempre consideré que la obra cumbre de Fellini era “Ocho y medio”, que es para mí, la obra cumbre del cine italiano. Asimismo creo que la obra cumbre de Berlanga es “El verdugo”, y que de igual manera si me tengo que quedar únicamente con una del cine español, lo haría con esta. La relación indirecta que extraigo en base a tal subjetividad, entre "Ocho y medio"-"El verdugo", y sus asombrosos guionistas Flaiano y Azcona, y que ambos coincidieran en la última, parece que no es del todo original. Alguien ya se me adelantó: http://www.cervantesvirtual.com/FichaObra.html?Ref=6129&ext=pdf&portal=0

Resulta curioso comprobar (y por que motivo), este escaso, pero inequívoco nexo de unión, entre dos de las películas que más han despertado mi admiración.


viernes, 6 de marzo de 2009

El final de “No es país para viejos”.

No parece que haya sido cinematográficamente un buen año el pasado 2008. La mejor y única película sobresaliente de las cincuenta y tantas que vi en el cine, fue “No es país para viejos”. La ética y la estética de la película, es cine de alta gama. Para mí, una de las mejores películas de los Coen, creadores de momentos cinematográficos magistrales, y de películas no tan magistrales.
El final, el discurso del gran Tommy Lee Jones, lo he visto unas veinte veces. Sigo a priori sin enterarme… Honestamente sigo sin tener ni idea de ese trasfondo que parece exponerse. Por supuesto he leído muchas conclusiones que la gente parece entender, pero yo no las comparto, o no las veo (o no alcanzo a verlas). Pero en fin, bajo mi punto de vista que es desde el que hablo, el problema radica en que cuando el desenlace está en su apogeo, el tono y la narración anterior de la película, conducen hacía un final natural. Esperamos ávidamente algo habitual que luego no ocurre. Descartado el final en el que gana el héroe, y pierde en anti-héroe, lo que realmente esperamos es la muestra manifiesta de un fracaso, y una explicación o justificación de éste. Sin embargo esto no es así, y claro, las piezas en la costumbre de nuestra “tradición”, no encajan. Sea cual sea la intención de los Coen, lo que no me cabe ninguna duda es que este final no es ningún error. Está hecho adrede, y sabiendo de antemano que las consecuencias no serían entendidas por casi nadie. Pero entonces, ¿Por qué?... La respuesta la podemos encontrar en las preguntas de posibilidades sobre finales:
- ¿Final cerrado, gana el héroe y detiene al malo?. Te cargas la película. Un final dulce en un tono general crudo. Además, ¿tenemos claro realmente quién es héroe aquí?... Completamente descartado.
- ¿Final cerrado, pierde el héroe, por una justificación mayúscula?. Pues eso, la justificación mayúscula, no habría forma de meterla en el tipo de narración. Completamente descartado.
- ¿Final abierto?. Dañaría la moralidad de la película, la ética que comentaba al principio. Dejaría abierto el discurso moral. Mayormente descartado.
Ante esto que queda. Final ambiguo.
He de reconocer que en el primer visionado de la película, salí algo confuso e incluso luego molesto. Con el paso del tiempo no sólo lo he digerido mejor, sino que he entendido que este final que casi ni siquiera se le puede llamar tal, es el ideal para la película. Ya se que parece una contradicción pero cuanto más he podido pensar en él intentando buscar una explicación que no he encontrado, más me ha atraído. Y al fin y al cabo, que es el cine sino atracción.

lunes, 2 de marzo de 2009

La clase / El luchador

La semana pasada vi por fin “La clase”. También vi “El luchador”. Películas muy distintas, de opuesta concepción y percepción.

“La clase” muestra a François un joven profesor de lengua francesa en un instituto “delicado”, situado en un barrio conflictivo. Sus alumnos tienen entre 14 y 15 años. Su método educativo son profundas batallas verbales, como si la lengua que enseña fuese su arma en desuso por esta mayoría de niños inmigrantes. Las culturas y las actitudes se enfrentan en el aula, bajo la representatividad de la Francia contemporánea. La sinceridad de François en ocasiones estimula a sus alumnos, pero su justo sentido de la norma (contraste educativo generacional) se derrumba cuando los alumnos no aceptan sus métodos. De formato realista, muestra un reflejo de realidad cotidiana, un cambio social que avanza casi más deprisa de lo que es capaz de asimilar nuestras mentes. Una de sus armas es un ágil montaje.

“El luchador” narra la decadencia profesional de Randy “The Ram” Robinson (Mickey Rourke), un luchador que en los años 80 había vivido una época dorada en el Wrestling pero que ahora, 20 años después, sobrevive con exhibiciones de circuitos locales, y con “trabajos basura”. Relegado por su hija (lo único que tiene), a Randy sólo le queda la emoción del espectáculo, y la veneración de sus pocos fans, pero un ataque al corazón le obliga en principio a abandonar. Ficción dramatizada, maneja bastante bien los tempos narrativos, y los impulsos de emoción. El fondo del descenso a los infiernos, de quién ha llegado a tocar el cielo.

Yo, como soy un imbécil, a pesar de concepciones tan diferentas, al verlas dije: “¿Qué pueden tener en común estas dos películas, si ambas muestran procesos tan descarnados de la condición humana?”. Ya, pues no por eso tienen que tener relación alguna… pero me dije de nuevo: “Si no la hay, habrá que buscarla”. Y en eso estoy aún, en buscarla… Después de mucho pensar lo único que he llegado a poder concluir, es que quizá la hija de Randy, unos años antes podía ser perfectamente una de las alumnas de la clase de François. Conclusión estúpida, quizá. O no...


Saludos.